"Alma y cuerpo, cuerpo y alma, ¡qué misteriosos eran! Había animalismo en el alma, y el cuerpo tenía momentos de espiritualidad. Los sentidos podían refinarse, y el intelecto se podía degradar. ¿Quién podría decir donde cesaba el punto carnal, o dónde empezaba el impulso físico? ¡Qué superficiales eran las definiciones arbitrarias de los psicólogos ordinarios! Pero ¡qué difícil es decidir entre las pretensiones de las distintas escuelas! ¿Era el alma una sombra asentada en la casa del pecado? ¿O estaba el cuerpo realmente en el alma, como pensó Giordano Bruno? La separación entre el espíritu y la materia era un misterio, y la unión del espíritu y la materia era un misterio también.
Empezaba a preguntarse si conseguiríamos alguna vez hacer de la psicología una ciencia tan absoluta que pudiera revelarlos el más pequeño retoño de vida. Tal como estaba, siempre nos entendíamos mal a nosotros mismos, y raramente comprendíamos a los demás. La experiencia no tenía ningún valor ético. Era tan sólo la denominación dada por los hombres a sus errores. Los moralistas la habían considerado, por regla general, como una especie de advertencia, habían declamado para ella una cierta eficacia ética en la formación del carácter, la habían alabado como algo que nos enseñaba a lo que debíamos seguir y nos mostraba lo que debíamos evitar. Pero en la experiencia no había ninguna fuerza dominante. Era tan escasamente principio de acción como la consecuencia misma. Todo lo que realmente demostraba era que nuestro futuro solía ser el mismo que nuestro pasado, y que el pecado que habíamos cometido una vez, y con repugnancia, volvíamos a cometerlo muchas veces, y con alegría."
Fragmento de "El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde.
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